Pinturas Saban |
Guillermo Monsanto
Curador y Critico de Galeria de arté El Attico
Las pinturas de Ricardo Sabán exploran desde la perspectiva del surrealismo. Este autor emergente fue elegido para el salón de coleccionista de la galería El Attico debido a los atributos formales que refleja su pintura. en este caso las formas y el color se funden
crando ambientes fantásticos en los que la armonía juega un papel de primer orden tanto en la composición del color como en los elementos retratados. En ese balance perfecto de contrastes y objetos deformados con gracia y estilo inconfundibles, se manifiesta mucho de cultura urbana a la que el autor pertenece.
De esta última idea surgen precisamente sus referencias inmediatas. El sincretismo ambivalente entre de lo laico y lo religioso, su universo creativo y su propio entorno le van
dando refenrentes que fusiona sin mayores problemas y a los cuales les otorga ritmos, caracteristicas especificas que ya le definen como artista sólido. Tambien hay que anotar que generacionalmente es a la camada a la que él pertenece a la que le ha tocado demostrar con hechos el conociemiento de las herramientas que definen a un creador como pintor y no como artista visual: lápices de colores, pinceles, pigmentos, lienzos, papel, etc. Aspecto que le da una relevancia respecto al resto de autores que dependen de otros para ejecutar sus ideas. De lo dicho que su repertorio luzca original y contundente. La colección de Sabán que cohabitara con las esculturas de Madriz posee un encanto único en cuanto a que parecen ventanas desde las que el espectador espía universos suspendidos en una atmósfera etérea y muy creativa que vale la pena apreciar.
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POR JUAN B. JUÁREZ
Curador y critico de arte
de la galeria de arte El Tunel
Aunque esté dispuesto a reconocer y a admirar el talento creativo, a la hora de aquilatarlo en la obra de un artista nuevo el crítico procede más bien con cautela y desconfianza, no vaya a ser que el entusiasmo espontáneo que le despierta el trabajo de un desconocido ponga en riesgo la reputación de su buen juicio estético. En los casos en que el asombro es genuino deja siempre un espacio para este tipo de dudas. Es un espacio vacío en el que el crítico se encuentra desarmado y que trata llenar indagando sobre la formación y la trayectoria del “prospecto” y estableciendo relaciones con lo que conoce de historia del arte y de los artistas del medio.
Con la pintura de Andrés Sabán (Guatemala, 198?) el currículo del artista no ayuda a aliviar las inquietudes que siguen al asombro, primero porque se trata de un autodidacta puro que no ha expuesto nunca más que para sus amigos y cuya relación previa con el oficio es, por así decirlo, tangencial: hace tatuajes e hizo grafiti, cerámica y mantas publicitarias; y luego, porque su cultura artística —muy amplia, por cierto—, es decir su estética y sus paradigmas creativos, los absorbió de los libros e internet, en la soledad de su casa, alejado de la academia y del ambiente artístico local. De manera, pues, que el asombro —y la cautela— del crítico persiste, aunque ahora ya pueda relacionar los colores claros de la pintura de Sabán con los de alguna etapa de Van Gogh y establecer vagamente una vinculación genérica de sus temas y recursos expresivos con ciertas corrientes esotéricas de pensamiento y con el surrealismo europeo, sobre todo con Magritte y Dalí.
Pero dejando de lado estas consideraciones dictadas por la cautela, se debe proceder a identificar en la pintura del pintor desconocido lo que causa asombro. Primero, el oficio, limpio, seguro, orientado a una representación convincente de imágenes realistas que describen inquietantes escenas “surrealistas”; segundo, su intuición certera de la forma expresiva y del orden de la composición, en armonía con la atmósfera “onírica” de sus imágenes; luego, la fecundidad de su imaginación y los alcances de su fantasía, que, como un juego infantil, le dan a sus obras un aire de levedad y frescura; después, quizás, el ingenio para encuadrar los elementos de la imagen en torno a rostros y objetos cotidianos y familiares. Y atrás de ello y de otras cosas más, la confiada actitud del artista, sin duda un poco ingenua para nuestra época desalmada, en la efectividad del arte para expresar y comunicar con pureza de sentimiento elevadas aspiraciones humanas.
Consecuencia de esa confianza en el sentido de la creación artística y en las posibilidades expresivas y comunicativas que le abre su talento es la pasión con que Andrés Sabán se dedica a su trabajo. En el poco tiempo que ha pasado desde que descubrió las posibilidades de su talento no ha dejado de producir con un seguro instinto de coherencia estilística y temática. No se trata, en efecto, de cuadros casuales que busquen asombrar al eventual espectador con la excelencia de la técnica o el ingenio imaginativo sino series completas en las que se desarrolla coherente y consecuentemente un pensamiento pictórico cuyos recursos son precisamente la capacidad técnica el ingenio y la imaginación, y que se vale, además, de elementos simbólicos que se integran en composiciones vagamente alegóricas y herméticas y en fantasías narrativas de genuino espíritu infantil.
Allí donde la cautela dicta esperar por lo que el talento de Andrés Sabán promete, sus cuadros actuales, con arquitecturas volátiles y fragmentarias, suelos movedizos y abismos geométricos que describen desde las profundidades del sueño inquietantes estados mentales, o con grupos de casas vacías y las puertas y ventanas abiertas, unidas por veredas donde circula el cielo envolviendo a los seres humanos y a sus perros en su paso por la vida, apelan al intelecto y a la imaginación para hacernos ver lo que hay detrás de los escenarios ilusorios de nuestra época satisfecha y deslumbrante.
Con la pintura de Andrés Sabán (Guatemala, 198?) el currículo del artista no ayuda a aliviar las inquietudes que siguen al asombro, primero porque se trata de un autodidacta puro que no ha expuesto nunca más que para sus amigos y cuya relación previa con el oficio es, por así decirlo, tangencial: hace tatuajes e hizo grafiti, cerámica y mantas publicitarias; y luego, porque su cultura artística —muy amplia, por cierto—, es decir su estética y sus paradigmas creativos, los absorbió de los libros e internet, en la soledad de su casa, alejado de la academia y del ambiente artístico local. De manera, pues, que el asombro —y la cautela— del crítico persiste, aunque ahora ya pueda relacionar los colores claros de la pintura de Sabán con los de alguna etapa de Van Gogh y establecer vagamente una vinculación genérica de sus temas y recursos expresivos con ciertas corrientes esotéricas de pensamiento y con el surrealismo europeo, sobre todo con Magritte y Dalí.
Pero dejando de lado estas consideraciones dictadas por la cautela, se debe proceder a identificar en la pintura del pintor desconocido lo que causa asombro. Primero, el oficio, limpio, seguro, orientado a una representación convincente de imágenes realistas que describen inquietantes escenas “surrealistas”; segundo, su intuición certera de la forma expresiva y del orden de la composición, en armonía con la atmósfera “onírica” de sus imágenes; luego, la fecundidad de su imaginación y los alcances de su fantasía, que, como un juego infantil, le dan a sus obras un aire de levedad y frescura; después, quizás, el ingenio para encuadrar los elementos de la imagen en torno a rostros y objetos cotidianos y familiares. Y atrás de ello y de otras cosas más, la confiada actitud del artista, sin duda un poco ingenua para nuestra época desalmada, en la efectividad del arte para expresar y comunicar con pureza de sentimiento elevadas aspiraciones humanas.
Consecuencia de esa confianza en el sentido de la creación artística y en las posibilidades expresivas y comunicativas que le abre su talento es la pasión con que Andrés Sabán se dedica a su trabajo. En el poco tiempo que ha pasado desde que descubrió las posibilidades de su talento no ha dejado de producir con un seguro instinto de coherencia estilística y temática. No se trata, en efecto, de cuadros casuales que busquen asombrar al eventual espectador con la excelencia de la técnica o el ingenio imaginativo sino series completas en las que se desarrolla coherente y consecuentemente un pensamiento pictórico cuyos recursos son precisamente la capacidad técnica el ingenio y la imaginación, y que se vale, además, de elementos simbólicos que se integran en composiciones vagamente alegóricas y herméticas y en fantasías narrativas de genuino espíritu infantil.
Allí donde la cautela dicta esperar por lo que el talento de Andrés Sabán promete, sus cuadros actuales, con arquitecturas volátiles y fragmentarias, suelos movedizos y abismos geométricos que describen desde las profundidades del sueño inquietantes estados mentales, o con grupos de casas vacías y las puertas y ventanas abiertas, unidas por veredas donde circula el cielo envolviendo a los seres humanos y a sus perros en su paso por la vida, apelan al intelecto y a la imaginación para hacernos ver lo que hay detrás de los escenarios ilusorios de nuestra época satisfecha y deslumbrante.
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